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Lo nuevo

Desde 1845

La historia detrás de un trago legendario

Por Redacción

Entre guerras y hambrunas, y con una Constitución (la de 1845), recién estrenada durante el reinado de Isabel II, un empresario español hacía historia a miles de kilómetros de Sitges. Cuba fue el destino que eligió Facundo Bacardí Massó, hijo de un comerciante de vinos que con 15 años dejó su casa y su familia en busca de un ideal: abrir su propia licorería de productos europeos para más tarde crear una marca que satisficiera los paladares más exquisitos de la isla. Quería sorprender a los que creían saberlo todo sobre bebidas. Facundo puso en marcha su compañía y la bautizó con su apellido.

 

Pero poco duró la alegría, ya que en 1852 dos terremotos la destrozaron y los saqueadores hicieron el resto. Bacardí se declaró en bancarrota.

 

La herencia que Doña Amalia, mujer de Facundo, recibió fue su salvaguardia, ya que invirtieron el dinero en reflotar su negocio y en lo que ellos hoy también hubieran llamado I+D: en experimentar, con un alambique de cobre y hierro fundido, la fórmula perfecta. Tras años de pruebas e invertir en una destilería en Santiago de Cuba, el 4 de febrero de 1862 el matrimonio catalán fundó la Compañía Bacardí.

 

El segundo paso de la estrategia fue escoger el logotipo adecuado. ¿Por qué un murciélago? La idea fue de Doña Amalia, su intuición no falló. Además de ser este animal lo primero que vio colgando del techo al entrar a su recién adquirida destilería, averiguó que para los taínos (primeros pobladores de la isla) el murciélago simbolizaba sabiduría, y la leyenda contaba que este animal traía salud, fortuna y unidad familiar. A esto sumó la importancia que tendría que el logotipo fuera fácil de recordar para que de un vistazo lo asociaran con su marca y en consecuencia, aumentaran las ventas.

 

Las materias primas y los procedimientos usados fueron claves. Facundo seleccionó melazas de caña de alta calidad (en lugar del jugo de caña de azúcar), aisló una cepa de levadura (que sigue usándose) y suavizó sus rones en barricas de roble para conseguir el equilibrio de un sabor suave en boca, seco y con un aroma sutil.

 

De la expansión internacional se ocupó Emilio Bacardí, hijo de la pareja. Aunque educado en Barcelona, a los 18 años volvió a Cuba para coger las riendas de la compañía. Además, se convirtió en el primer alcalde electo de Santiago y ocupaba un sillón en el senado de la república por la provincia del Oriente cubano. Cuando alcanzó la presidencia de Bacardí trabajó por la expansión a España y EE. UU.

 

La ley seca de 1920, en lugar de ser una amenaza para Bacardí, por tener su planta embotelladora en Nueva York, tuvo el efecto contrario: hicieron una campaña publicitaria en la que animaban a los estadounidenses a viajar a Cuba para beber como antes lo hacían en EE. UU. Atrajeron a hordas de turistas a su bar art-déco.

 

Años después, Bacardí ganó una demanda histórica contra los bares de Nueva York que para hacer los cócteles de ron Bacardí usaban otras marcas en lugar de la suya. A la conquista de mercados se sumó la compra de otras compañías, como Martini –en 1993–, doblando el tamaño de la empresa y conformando una colección de más de 200 marcas vendidas en 150 países.


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