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Actualidad

La tragedia evitada

Rosario: cuando el alcohol y las drogas se sientan al volante

Rosario: cuando el alcohol y las drogas se sientan al volante
Sebastián Horacio Trovato

El alcohol y las drogas distorsionan la percepción del riesgo, apagan los reflejos y borran los límites.

En Rosario ya no sorprende escuchar, casi a diario, que un conductor alcoholizado o  bajo los efectos de drogas protagonizó un nuevo siniestro vial. Lo que debería indignarnos nos está empezando a parecer rutina. Y ese es, quizás, el síntoma más grave de todos: la costumbre frente a lo inaceptable. 

En esta ciudad, donde las calles ya son lo suficientemente complejas —avenidas  rápidas, motos que aparecen sin aviso, peatones vulnerables, bicis que pelean por un  espacio que casi nunca se les da— poner al volante a alguien que tiene sus sentidos  alterados es directamente jugar con la vida ajena. Y lo digo con crudeza, porque así lo  muestran los hechos y así lo viven las familias que cada semana reciben una noticia que  jamás debería haber existido. 

El alcohol y las drogas no solo nublan la vista; nublan el juicio. Distorsionan la percepción del riesgo, apagan los reflejos, borran los límites y, en el peor de los casos, anulan la noción de que un vehículo puede convertirse en un arma si el que lo conduce no está en condiciones. La persona que maneja intoxicada pierde el control de sí misma,  pero el resto pierde infinitamente más: pierde seguridad, pierde tranquilidad, pierde  hijos, padres, amigos... se pierden vidas que no se reemplazan. 

Lo más duro de todo es que esta negligencia no distingue edad. En Rosario vemos jóvenes que se creen invulnerables y adultos que deberían dar el ejemplo, pero que  actúan con la misma irresponsabilidad. Ambos generan el mismo dolor. Ambos dejan el  mismo vacío. Ambos enseñan (sin decirlo) que la vida vale menos que una noche de  exceso. 

No podemos seguir aceptando que estas tragedias “son parte del tránsito”. No lo son. Son decisiones. Son elecciones evitables. Y son consecuencias que, una vez que  ocurren, no tienen vuelta atrás. 

En esta ciudad que tantas veces se viste de luto por causas evitables, necesitamos  decirlo con claridad: alcohol y drogas al volante no son un error, son una sentencia. Y  mientras sigamos justificando, minimizando o mirando para otro lado, vamos a seguir  contando víctimas que podrían estar vivas. 

La reflexión es simple y brutal: lo que estas sustancias le quitan a un conductor es la  capacidad de pensar; lo que les quitan a los demás es la vida misma. 

Y si todavía alguien busca una explicación, vale repetirlo sin rodeos: no es mala suerte. Es mala decisión y falta de responsabilidad.

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