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Actualidad

Viaje a las raíces productivas

De la economía agropecuaria al incipiente impulso portuario

Cuadro “La villa del Rosario en 1840” muestra el espacio que iba a convertirse en la plaza 25 de Mayo.
Ariel Echecury

Desde los primeros asentamientos hasta la consolidación institucional y la llegada de los inmigrantes. Las bases económicas que moldearon la pujanza de Rosario.

Rosario, hoy un epicentro de actividad y un pilar de la economía argentina, sienta sus raíces en un pasado donde el ritmo de la vida y la producción estaban dictados por la tierra generosa y el imponente río Paraná. El lapso comprendido desde los primeros intentos de población, con las familias organizadas alrededor de la figura del español Francisco de Godoy -hacia finales del siglo XVII y principios del XVIII y hasta el año 1880-, un momento bisagra signado por la consolidación de la institucionalidad nacional y la creciente ola inmigratoria, resultó trascendental en la configuración de su identidad económica. Este análisis se adentra en las etapas primigenias de la economía rosarina, desde su matriz agro-pastoril hasta el florecimiento de sus molinos y el crucial despegue de su puerto fluvial.

Los primeros pasos

La Rosario embrionaria, distante de la metrópolis que conocemos hoy, se presentaba como un horizonte vasto y llano, característico de la pampa santafesina. Su economía, en sus albores, dependía esencialmente de la explotación de los recursos naturales que este entorno ofrecía con abundancia. La ganadería, centrada en la cría extensiva de vacunos y equinos que prosperaba en las ricas pasturas, constituía la actividad económica primordial. Los rodeos, dispersos en la inmensidad del territorio, satisfacían las necesidades elementales de la exigua población y generaban un excedente que se destinaba al intercambio con jurisdicciones vecinas.

La agricultura, aunque practicada a una escala menor, comenzaba a dejar huella en el paisaje productivo. Los primeros colonos, con una visión de autosuficiencia, cultivaban principalmente trigo, maíz y diversas hortalizas en pequeñas parcelas cercanas a sus precarias viviendas. La notable fertilidad de la tierra, irrigada por las aguas del Paraná y el Saladillo, auguraba un futuro agrícola promisorio. Aunque las limitaciones impuestas por la tecnología rudimentaria y la escasez de mano de obra restringían su potencial.

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