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Negocios

Edición Especial Anuario

Emprendedora de raza, no le teme a las altas temperaturas

Por Redacción

Nora Bullentini dejó su marca de indumentaria para continuar el legado familiar con Ignis Refractory. 

Para cualquier mortal hablar de especialidades refractarias en principio no suena sencillo. Con la ayuda de un buscador las cosas se empiezan a aclarar y surgen algunas nociones básicas. Nora Bullentini, en cambio, aprendió desde muy chica de qué se trataba. 

“Mi papá era geólogo, amante de la naturaleza y fundó Industrias Ball-Clay, una empresa de especialidades refractarias. Creo que era la única en Santa Fe”, recuerda la empresaria y luego explica que los productos en cuestión están compuestos de distintos minerales combinados cuya principal característica es que resisten altas temperaturas. A continuación, siempre evocando a su padre, pronuncia una frase que aclara aún más el panorama: “Él decía: «Sin calor, no existe la industria y sin refractarios, no existe calor». 

Por si no se entendió, agrega: “La mayoría de los objetos que tocamos pasaron por un proceso de calor: desde una taza de café hasta las partes de un auto o un tractor, desde una artesanía que pasó por un horno a determinada temperatura hasta los productos que pasan por los grandes hornos de Acindar, Gerdau o Siderar”.

Hoy, Bullentini está al frente de Ignis Refractory, su propia fábrica de especialidades refractarias de alta calidad, a la vez que ofrece servicios de trituración, clasificación y molienda de minerales, entre otros. Sin embargo, no siempre ese fue el mundo de esta emprendedora que hoy se mueve entre su oficina en Rosario, una molienda en Ramallo y un espacio logístico de Ibarlucea.

Emprender desde muy joven

“Me dediqué a la moda desde muy chica. A los 21 años tenía mi taller de confección con una marca propia que era mi nombre y además confeccionaba prendas para terceros. Hacía prêt-a-porter. Como el taller tenía capacidad ociosa me permitía producir para otras marcas y a la vez encargaba otras prendas en forma tercerizada. Llegué a tener entre 10 y 15 empleados. Después empezó a entrar mucha mercadería importada y competía con talleres que no tenían todo en regla. Terminé cerrando”. Fin de la primera etapa en el mundo textil.

Luego de esa experiencia se desempeñó en la actividad financiera, como idónea en fondos comunes de inversión. Trabajó para una empresa del exterior y fue reconocida por algunos asesoramientos realizados. “Me aportó vínculos y relaciones”, dice en relación a ese tiempo.

Entonces también gestionaba un local de lencería con una socia donde comercializaban la marca Class Life. Cuando abrieron los shoppings -2004- se animó a abrir un local de la marca en el Alto Rosario. “Ahí dejé mi actividad anterior, vendí mi parte de la lencería y llegué a manejar cinco locales, algunos propios y otros que gerenciaba, inclusive uno en Córdoba. Los creadores de Class Life me enseñaron mucho, estoy muy agradecida”, remarca.

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