Por Redacción
La historia del granjero de Georgia que llegó a la Casa Blanca para cambiar la política externa. Qué influencia tuvo en América Latina.
A los 100 años, falleció el expresidente de Estados Unidos, James Earl Carter Jr. "Jimmy" -quien ejerció como mandatario entre 1977 y 1981- murió este domingo en su casa de siempre, en Plains, Georgia, acompañado por su familia. El Gobierno norteamericano planeó su funeral público el jueves.
Jimmy Carter fue un granjero de maní del sur de Estados Unidos devenido en ícono global, cambió para siempre la política norteamericana con la campaña presidencial que lo llevó a la Casa Blanca en 1976, y luego de cuatro años en el poder transformó su humillante derrota ante Ronald Reagan –fue el primer mandatario que perdió la reelección en medio siglo– en una carrera humanitaria que recorrió el planeta y lo encumbró como un defensor de la democracia y los derechos humanos.
Carter, el 39º presidente de Estados Unidos y el mandatario más longevo en la historia del país, fue el primer outsider moderno de la política norteamericana. Ignoto para la gran mayoría del país, Carter anunció su candidatura para la presidencia a fines de 1974, cuando era gobernador de Georgia, en un país aún traumatizado por la renuncia de Richard Nixon, el escándalo Watergate y la guerra de Vietnam.
“¿Jimmy quién?”, fue la reacción captada por el titular de un diario de Atlanta, capital de Georgia. Los medios nacionales lo ignoraron. Con escasísimos recursos, Carter instaló a su familia y a su equipo –pronto bautizados la “Brigada del Maní”– en Iowa y en New Hampshire, las dos primeras citas de las primarias presidenciales, y comenzó a hacer campaña en granjas, ferias, restaurantes, en la calle, casa por casa, en asados y jardines, estrechando manos y dedicándole tiempo a las charlas cara a cara con los votantes. A principios de 1976, Carter dio el batacazo al ser el candidato más votado en la primera elección, el caucus de Iowa, aunque técnicamente salió segundo, detrás de “Sin Compromiso”, una suerte de voto en blanco.
Ese “triunfo” le abrió el camino a la Casa Blanca, y cambió para siempre el libreto de las campañas presidenciales norteamericanas, convirtiendo a Iowa, un pequeño estado rural, predominantemente blanco, conservador y evangélico, en una parada ineludible para cualquier candidato en su camino a lo más alto del poder en Washington, sea demócrata o republicano.
“Con su compasión y claridad moral, trabajó para erradicar enfermedades, forjar la paz, promover los derechos civiles y humanos, promover elecciones libres y justas, albergar a las personas sin hogar y siempre defender a los más desfavorecidos”, lo homenajeó el presidente y su amigo, Joe Biden, en un comunicado. “Salvó, ayudó y cambió la vida de personas de todo el mundo”, remarcó.
Devoto bautista, Carter le ofreció a Estados Unidos un giro radical respecto de la presidencia de Nixon, quien tras su renuncia dejó el poder en manos de su vicepresidente, Gerald Ford, a quien Carter derrotó en la elección general.
Carter llegó a la Casa Blanca con la intención de infundir una nueva moral en el país y, sobre todo, en la diplomacia norteamericana, arraigada en el respeto a los derechos humanos, un cambio tajante respecto de las décadas anteriores, signadas por la Guerra Fría, la realpolitik y la lucha sin cuartel contra el comunismo, que se notó, particularmente, en el vínculo de Estados Unidos con América latina y la Argentina.
“Debido a que somos libres, nunca podemos ser indiferentes al destino de libertad en otra parte. Nuestro sentido moral dicta una clara preferencia por aquellas sociedades que comparten con nosotros un respeto permanente por los derechos humanos individuales”, dijo Carter en su discurso inaugural, el 20 de enero de 1977.
Unos meses después, en otro mensaje, reforzó esa línea al criticar que Estados Unidos adoptó “los principios y tácticas defectuosos y erróneos de nuestros adversarios, a veces abandonando nuestros propios valores por los de ellos”.
Con ese faro, su administración ideó, diseñó y puso en marcha una estrategia de derechos humanos que serviría como piedra angular de la política exterior de Carter, quizá el aspecto más destacado de toda su presidencia. El giro tuvo consecuencias claras, particularmente, en América Latina, donde Estados Unidos pasó de respaldar dictaduras o socavar gobiernos democráticos, como ocurrió con la Junta Militar, en la Argentina, o con Salvador Allende, en Chile, a tener una postura más volcada a favor de la democracia y los derechos humanos.
José Miguel Vivanco, experto en derechos humanos y miembro del Consejo de Relaciones Exteriores, dijo que Carter rompió con un paradigma y cambió los parámetros de la política exterior norteamericana, un cambio que solo explica en sus principios morales.
“Muchos avances en la historia son el resultado de una evolución, como ocurrió con los derechos de las minorías. Pero no es fácil encontrar otro ejemplo como el de Jimmy Carter, de un giro tan radical a favor de la democracia y el régimen de vida en el que vive gran parte del planeta”, afirma Vivanco.
“Su triunfo fue una muy mala noticia para las dictaduras de la región, que apostaban y contaban con Gerald Ford. Con una credibilidad fuertemente cuestionada por hacer la vista gorda durante la Guerra Fría, la intervención de la CIA, el Plan Cóndor, y todo lo que ya sabemos, que los norteamericanos eligieran a un pastor que postuló estas ideas fue una fuente importantísima de oxígeno y de esperanza para los demócratas de la región”, agrega.
A fines de los 70, Carter jugó un papel decisivo en los históricos acuerdos de paz que sellaron Israel y Egipto, aún vigentes. Desde el inicio de su administración, Carter y su secretario de Estado, Cyrus Vance, desplegaron intensas negociaciones entre israelíes y egipcios. En julio de 1978, ante el riesgo de que la frustración por la falta de avances concretos atentara contra la paz, Carter convocó a una cumbre en Camp David, la residencia oficial de descanso del presidente norteamericano, ubicada en Maryland, cerca de Washington. La cumbre reunió a Carter, el presidente de Egipto, Anwar Sadat, y el primer ministro de Israel, Menachem Begin. Los tres líderes y sus asesores se encerraron durante trece días, del 5 al 17 de septiembre de 1978, y lograron forjar un avance histórico en las relaciones entre árabes e israelíes que luego se plasmó en los llamados “Acuerdos de Camp David”. Esos pactos jamás hubieran existido sin el compromiso y el involucramiento de Carter. Fue el mayor logro de su presidencia. Los acuerdos se firmaron en marzo del año siguiente, en una ceremonia en la Casa Blanca en la cual los tres líderes estrecharon sus manos.
El avance forjado por Carter marcó el camino para para la firma de los Acuerdos de Oslo entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina, en 1993, que si bien resolvieron problemas importantes en los conflictos en Medio Oriente y lograron acercar a la región hacia una paz duradera, que, sin embargo, aún sigue siendo muy difícil de alcanzar.
Los avances y la marca que Carter dejó en la política exterior de Estados Unidos quedaron eclipsados por la crisis económica –signada por una elevada inflación y precios altísimos de la nafta– que vapuleó al país durante su presidencia, y la revolución iraní de 1979 y la toma de rehenes en la embajada de Estados Unidos en Teherán. Carter intentó negociar, y ordenó un rescate militar que fracasó estrepitosamente en abril de 1980. La toma de rehenes dominó las noticias durante los últimos meses de su administración, y terminó por sellar su destino político, y su derrota por paliza ante Ronald Reagan en la elección de 1980. Irán liberó los rehenes el 20 de enero de 1980, el día que Reagan asumió la presidencia y Carter dejó la Casa Blanca, luego de 444 días de cautiverio.
Durante décadas, hubo sospechas de que el equipo de Reagan torpedeó las gestiones de la administración demócrata para liberar los rehenes antes la elección, a sabiendas del daño que la crisis le infligió a Carter. Las sospechas nunca fueron corroboradas del todo.
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