El tambero que aprendió lo mejor del mundo para aplicarlo en su pago

Los Chiavassa viajaron desde Piamonte, Italia, hasta Carlos Pellegrini, Santa Fe. Carlos es el titular y alma máter del Grupo Chiavassa -uno de los tambos más eficientes y tecnológicos del país- pero fue su abuelo quien inició la tradición lechera con un pequeño rodeo de vacas Shorthorn en 1924, casi 100 años atrás.

El lazo de su familia con el campo es todavía más antiguo: el empresario cuenta que, en alguno de sus viajes a Cavallerleone, el pueblo piamontés de 600 habitantes en el que nacieron sus ancestros, descubrió documentos escritos en latín que señalan que su bisabuelo ya se dedicaba a la actividad agropecuaria antes de cruzar el océano. Desembarcó en Argentina en 1881 y echó raíces a pocos km de Carlos Pellegrini, cuando el pueblo todavía no estaba fundado. Actualmente, Carlos (76) vive en la casa que fue de su abuelo.

También se quedaron en Pellegrini sus hijos -Rocío, Soledad, Cristóbal y Cristian-, los cuatro remando para la empresa. Y aunque muchos de los más de 90 empleados del plantel de Chiavassa son pellegrinenses; los que no, se aquerenciaron con el lugar y lo hicieron propio.  

Teniendo en cuenta esta parte de la historia, el perfil del titular del grupo podría encajar perfectamente con el de un hombre de campo tradicional; sin embargo, en toda su trayectoria Carlos no hizo más que apostar por lo que aún nadie conocía. Tomó de su herencia piamontesa el gen innovador, y fue pionero en casi todo lo que implementó en su tambo.

En 1982, cuando ya recibido de contador decidió armar su propia empresa junto a su esposa, Pini Poloni, instaló un sistema de ordeño en espina de pescado con fosa subterránea, novedad total para la época. Más tarde, volvió de un viaje a Israel con la convicción de implementar la cama de compost, una técnica de bienestar animal y fertilización de suelos. En 2010 fue otra vez el primero del país en poner en marcha el llamado tambo calesita, un tambo rotativo interno de 40 bajadas, equipado con un sistema de gestión que funciona gracias a la identificación electrónica de cada animal y puede ordeñar 200 animales por hora. Hace unos años robotizó la cría de las vacas e incorporó robots que amamantan terneros.

La innovación permanente lo diferenció en un contexto de grave pérdida de rentabilidad que viene experimentando el sector lechero desde hace años; de hecho, Chiavassa recuerda que en la década del 70 había unos 30.000 tambos en el país, mientras que hoy son alrededor de 9.000. 

“El rendimiento de cada animal de nuestro rodeo, que hoy es de unas 1.600 vacas, está entre los 45 y los 50 litros por día y tenemos animales que han llegado a ordeñar 84 litros diarios. Es un número que está en lo más alto de los estándares mundiales”, señaló Carlos.

Comparte el mérito de su visión. Admite que supo aprender de “personas muy valiosas”, entre ellos sus hijos, pero también especialistas extranjeros y argentinos a quienes hospedó en su casa, y le enseñaron cómo mejorar su negocio. Entre ellos, Franco San Giorgio, profesor en la Universidad de Milano; Joseph Taraba, el experto norteamericano de la Universidad de Kentucky que guió la implementación de las camas de compost; y Jorge Lardizábal, que había sido tutor de tesina de su hijo Cristian y armó un diseño de explotación industrial.

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