Por Redacción
El vector que transmite el virus del spiroplasma provocó una caída de 13,5 millones de toneladas en la producción maicera del ciclo 2023/24. Un análisis sobre las causas, los errores y el futuro.
La chicharrita, un vector que transporta el virus del spiroplasma, dejó una secuela impensada para la producción del maíz en Argentina que empezaba a levantar cabeza tras los coletazos de la sequía. El golpe dolió como un uppercut, por lo sorpresivo y lo nocivo.
Según cálculos preliminares de la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR), las pérdidas económicas llegarían a unos u$s 2.743 millones para ese cultivo, quitándole a Argentina un 20% de su producción maicera.
Aunque las bajas temperaturas de este otoño hacen prever un escenario distinto para la nueva campaña, la suerte ya está echada para el maíz del ciclo anterior. Por eso, muchos productores decidieron cambiar su planteo agrícola y no arriesgar su capital hasta que no haya un horizonte cierto de control.
La plaga que era propia de climas tropicales –ya había experiencia en el norte argentino y estaba instalada en la safrinha de Brasil– se dispersó por toda la región productiva maicera argentina en forma progresiva sin perdonar ninguna variedad de híbridos del mercado, a tal punto que redujo el rendimiento promedio en 12 quintales por hectáreas (qq/ha), de 103 a 91.
De ese modo, a pesar de un crecimiento en el área sembrada que llegó a un récord de 8,9 millones de hectáreas, la producción apenas llegará a 47,5 millones de toneladas cuando debería haber superado 61 millones de toneladas, según indicó la entidad rosarina.
“Estamos frente a una de las enfermedades en cultivos extensivos más agresivas y más dispersas”, dijo Fernando Guerra, gerente de desarrollo de producto de la compañía semillera KWS. Durante el congreso Maizar, Guerra analizó junto a referentes de la industria de insumos agropecuarios el impacto de esta nueva plaga que apareció, como ocurrió con muchas malezas, no sólo por cuestiones climáticas. Existieron, de acuerdo a los especialistas, un conjunto de factores que incluyen desde la elección errada de cultivares para ganar productividad y renta hasta el manejo desacertado y cierta ingenuidad frente a su severidad.
Clima, genética y rinde
“El invierno nos jugó una mala pasada en 2023”, planteó Nicolás Bertolotti, director de desarrollo de producto de la compañía Syngenta al referirse a un año “extremadamente anómalo”, donde el período invernal fue el más cálido de la serie. Esto impidió controlar la población de chicharritas que transmiten el virus.
Esperando que el clima frío haga lo suyo, en muchas regiones no se realizó incluso el control de “maíz guacho” o espontáneo, que nace por la ausencia de labranza, propia del sistema de siembra directa.
Pero también jugó en contra la genética utilizada. “Nos agarró con un portfolio de híbridos templados, de mayor susceptibilidad a la enfermedad”, dijo Bertolotti, y explicó que esta migración que fue haciendo el mercado en los últimos tiempos para lograr cultivos más seguros, cosechar antes o tener menos problemas de vuelco y quebrado, terminaron provocando “una tormenta perfecta”.
Los especialistas llegaron incluso a comparar a la chicharrita con el Mal de Río Cuarto, hasta ahora la enfermedad viral más agresiva de la Argentina, y concluyeron que tuvo la particularidad no sólo de ser más letal sino además más agresiva en cuanto a propagación. “Hay que prepararse un poco más y analizar cada estrategia en forma regional”, agregó Guerra.
Es lo que Sabina Mahuad, encargada de desarrollo de productos de sanidad vegetal Cono Sur de Bayer Crop Science, definió como “desplazamiento de un patosistema”, es decir un corrimiento de la presión de la enfermedad (spiroplasma) con distintos síntomas y diferentes respuestas a las semillas y a las condiciones ambientales en diferentes zonas.
Juan Astini, líder de agronomía de la empresa Corteva Argentina, recordó lo asombroso de ese proceso. “Estábamos en diciembre, nadie hablaba de spiroplasma. Empezaron a aparecer pequeños focos, había cosas que llamaban la atención y de enero a marzo de este año vemos aumentar la cantidad de casos con daños severos en los maíces”, dijo. Astini planteó que hubo mucho de prueba y error, incluso “hipótesis erradas, como pensar que no nos iba a ocurrir”. También explicó que a partir de ese momento se hicieron sucesivas consultas con colegas y técnicos de Brasil, donde la plaga está instalada hace años.
Entre los errores que ayudaron a la propagación Astini citó la permanencia de maíces guachos en los lotes. “Luego de transitar una campaña mala en 2023, se dejaron muchos lotes de maíz en pie o la cosecha no fue del todo correcta”, explicó.
Mucho más severa fue la situación en el NOA, donde la plaga ya era conocida. En la campaña 2022/23 empezamos a ver casos aislados en la zona sur de nuestra área, en lugares como La Cocha (al sur de Tucumán) y en la zona norte”, indicó Laura Caracaba, asesora CREA San Patricio.
Firmaron un convenio con el Inta para trabajar en el seguimiento poblacional, pero “aunque conocíamos medianamente a la plaga y estábamos algo preparados, nunca imaginamos que iba a llegar de esta manera”, agregó.
Tal es la complejidad que “el productor no va sembrar maíz en la próxima campaña”, aseguró. Eso atenta contra la sustentabilidad, ya que el maíz aporta salud a los suelos del NOA, ofreciendo estabilidad a los rendimientos al amortiguar los baches hídricos en el verano, cuando se presentan altas temperaturas.
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