El arte de transformar el acero y sumar potencialidades

El primero de julio de 1974 quedó marcado en la memoria de los argentinos por la muerte del presidente en funciones, Juan Domingo Perón. Pero para los cuñados Néstor Rozin y Oscar Gindin esa fecha tiene otra connotación. Ese día se formalizó el inicio de Rogiro, empresa que hoy está constituida como Sociedad Anónima.

El nombre surge de las dos primeras letras de los apellidos de sus fundadores más las del nombre de la ciudad que eligieron. El carácter familiar se vio plasmado desde el primer momento. La organización interna se dividía entre el área técnica, a cargo de Gindin; la comercial, comandada por Rozin, mientras que la hermana de este último se encargaba del sector crediticio. En Rogiro se destaca el aporte a la industria metalúrgica por los servicios de transformación de aceros y la elaboración de productos únicos que brindan a las empresas del sector. Sus fundadores además resaltan su estrategia de priorizar el trato personalizado con los clientes por encima del volumen de producción. En su sitio web consignan que no son “sólo un proveedor, sino un compañero de negocios”.

Su planta de fabricación se ubica en la zona oeste de la ciudad. Las máquinas de sus galpones son testigos tanto de las transformaciones y avances tecnológicos como del crecimiento de la empresa. El paso del tiempo llevó a la automatización y mejora del equipo, adquirido mayoritariamente en las décadas del ‘80 y ‘90.

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