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Fuente: Alto Nivel

Liderazgo

Humildad vs. Arrogancia: ¿Cuál es el líderazgo más efectivo?

Por Redacción

Para llegar a ser jefe uno tiene que ser seguro de sí mismo, asertivo y autosuficiente. Esto se requiere para sortear exitosamente los obstáculos que se presentan en la vida y el trabajo, y escalar la estructura jerárquica de una empresa u organización. 

Desafortunadamente, esas características son precisamente las que a menudo limitan a las personas para crear equipos al convertirse en jefes de otros.

Para poder liderar efectivamente a un equipo de trabajo es necesario incluir, inspirar y apoyar a los demás, lo cual está en directa oposición con la manera de ser del jefe que todo lo puede y no necesita de nadie. Un elemento crucial en este cambio de paradigma es la humildad. Ser humilde requiere de autoconocimiento y la valentía de admitir los propios errores y limitaciones y actuar para superarlos.

Sin embargo, la mayoría de las personas, especialmente en un entorno empresarial, no consideran la humildad como una virtud, sino como un limitante. Lo relacionan con tener pocos recursos o un carácter débil, repleto de sumisión, dejadez o rendición. Nada podría estar más alejado de la verdad.

Humildad no es debilidad, sino fortaleza. De hecho, la auténtica humildad se considera la madre de todas las virtudes. Tal es así, que Miguel de Cervantes dice en el famoso diálogo de los perros que “la humildad es la base y fundamento de todas las virtudes, y que sin ella no hay alguna que lo sea”.

La realidad, guste o no, es que se requiere de otras personas para lograr las cosas importantes de la vida y el trabajo, y ninguna persona por sí sola es lo suficientemente inteligente, capaz y/o experimentada para lograrlo sola. Asumir lo contrario es un grave error, el cual denota más estupidez que inteligencia.

Un verdadero líder sabe que no puede lograr las cosas solo y que depende de la inteligencia, experiencia, compromiso, participación y colaboración de su equipo de trabajo. Así, su labor tiene más que ver con causar la grandeza de los miembros de su equipo y del equipo como un todo que con demostrar la suya.

Del egoísmo al altruismo


Causar la grandeza de otros implica un cambio radical de enfoque, del egoísmo al altruismo, otro término mal entendido.

Ser altruista no significa abnegación, sino una auténtica y desinteresada preocupación por el otro. Sólo de esta manera es posible causar la grandeza de otros y, como consecuencia natural, que ellos estén dispuestos a hacer lo mismo por uno. Hacer esto suena ilógico y contraproducente, pero no lo es.

Imaginate a un grupo de personas actuando todos a favor de sus propios intereses; el resultado es un caos en el que nadie vela por los intereses del grupo, todos se defienden y manipulan la situación para sacar el mayor provecho. En fin, una receta segura para el fracaso del equipo.

En resumen, ser humilde no es sólo sabio sino efectivo. Asumir de principio que uno no lo sabe todo, que se necesita de los demás para lograr los objetivos planteados y que el trabajo es facultarlos para que ellos tengan éxito, es una forma muy poderosa de generar relaciones y resultados extraordinarios.

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