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Y cómo sacarle provecho

Por qué la música es una aliada de los pacientes con Alzehimer

Por Redacción

Días atrás, recorría el mundo un video de Marta González, quien hace 53 años se conocía como la primera bailarina de ballet en Nueva York. En los últimos años de su vida, padecía Alzehimer en un grado muy avanzado y estaba en silla de ruedas. Sin embargo, la melodía de "El lago de los cisnes" de Tchaikovsky, no evitó que moviera los brazos al ritmo de la música, como si recordara aquellos pasos con los que se lucía cinco décadas atrás. En tanto, poco tardaron en llegar las explicaciones que tratan de desvelar cuáles son los efectos de la música en las personas con esta enfermedad que principalmente afecta a la memoria. 

 

Una canción, una melodía, un tarareo o simplemente unas palmas pueden activar algunas de las zonas del cerebro de una persona con Alzehimer. “Los recuerdos musicales se preservan incluso en fases avanzadas del alzhéimer. La enfermedad empieza dañando el hipocampo, una estructura cerebral vital para la formación de nuevas memorias y el proceso de aprendizaje", explica Manual Arias, neurólogo y músico. 

 

Poco a poco va atacando otras zonas como el lóbulo temporal, que va desde la sien hasta la zona posterior del oído, y se pierden el lenguaje y hasta la conciencia de uno mismo. Pero la música resiste porque “está guardada en zonas que no son las que habitualmente se asocian a la memoria episódica, semántica o autobiográfica, por lo que se conserva a pesar del avasallador paso del alzhéimer por el cerebro”.

 

Un equipo del Instituto MARCS para el Cerebro, la Conducta y el Desarrollo, de la Universidad de Sídney Occidental (Australia), elaboró una guía para que las familias de las personas con demencia elijan la música adecuada y creen playlists personalizadas. Para empezar se pueden tomar algunas pautas generales. La mayor parte de enfermos suelen preferir canciones con tempos lentos y moderados -como el de What a wonderful world de Louis Amstrong, porque los rápidos tienden a incomodarles y abrumarles.

 

A la hora de elegir una canción hay que tener en cuenta el estado de ánimo de la persona, su salud física y mental, así como los niveles de agitación, ansiedad, retraimiento y compromiso verbal. Si el paciente, por ejemplo, tiene predisposición a la depresión, recomiendan canciones alegres con tempos moderados como El lago de los cisnes. 

 

Estos mismos ritmos, valen para quienes estén más apáticos. Pero hay quien por sus particularidades necesita música más lenta. Quienes tienen problemas para conciliar el sueño o tienden a estar más agitados suelen necesitar tiempos inferiores a 80 PPM, como Hey Jude de los Beatles (72 PPM). La clave del éxito está en la personalización. No hay que olvidar por y para quién es la lista que se está elaborando, hay que escuchar la opinión del paciente.

 

En fases más avanzadas, hay que tener un papel más activo para saber en qué momento es más adecuada, con qué objetivos terapéuticos, qué canciones específicas, etcétera”. Acá, el lenguaje corporal lo dirá todo. Para finalizar, hay que observar cuál es el momento del día en que la música es más eficaz. Así es posible evitar, por ejemplo, una agitación o estado de ansiedad. Y también facilitar situaciones cotidianas que normalmente se tornan complicadas. 

 

 

 

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