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Negocios

Fuente: punto biz

En pleno centro de Rosario

Todavía hay tela para cortar: creó el primer coworking exclusivo para costureras

Por Redacción

Alquilan máquinas de coser y estampar, y se dictan talleres sobre indumentaria y diseño.

Con el correr de los años, los oficios clásicos tienen a desaparecer. Carpinteros, zapateros, sastres, vivieron su momento de esplendor pero hoy no abundan. Sin embargo, de a poco aparecen espacios de resistencia, en parte porque quienes los encaran descubren que es muy útil aprender estos oficios y en parte también por el placer que les genera hacerlo.

 

“Nos acostumbramos a comprar y tirar, y gastamos plata y materiales sin necesidad. Con una remera que no estemos usando podemos armar un mantel, repasadores, o cualquier cosa, con la misma tela. Todo se puede reutilizar” cuenta a punto biz Lilian Farías. “El costo real y el trabajo necesario para producir lo que usamos es mucho menos de lo que terminamos pagando”, agregó.

 

Lilian es enfermera, pero desde muy chiquita aprendió el oficio de costurera. Este saber le permitió hacer trabajos de marroquinería a la par de su empleo de enfermera. Hace dos meses, junto a su madre María Dolores Ortiz (también enfermera y costurera), abrieron El Costurero de LyF, un espacio de “coworking de costura” ubicado en San Martín 1409.

 

“Por un lado, damos cursos y talleres sobre indumentaria, marroquinería y estampado, para ayudar a la gente a aprender el oficio y que además de hacerlo como hobbie les sirva como salida laboral. Por el otro, también alquilamos máquinas y ayudamos a quien se quiera a acercar a simplemente arreglar algo, o tenga ganas de reciclar alguna tela y no sepa cómo”, explica Lilian.

 

El proyecto de El Costurero fue uno de los ganadores 2017 de Mayma, una comunidad de startups y emprendimientos con impacto social y ambiental.

 

La idea de un espacio de coworking gira alrededor de compartir el conocimiento y acercar recursos a quienes no los tienen. “No todos tienen o pueden acceder a una máquina industrial de costura o de sublimado. Lo bueno de este espacio es que la gente se acerca y trabajamos en conjunto. Además, compartiendo los gastos en máquinas y en materiales, bajamos entre todos los costos”, agrega.

 

El negocio de los talleres textiles aparece constantemente en la conversación. La irregularidad en las condiciones de trabajo es el tema controversial para Lilian. Hace quince años, cuando tuvo que definir su salida laboral, consideró entrar a uno, pero eligió ser enfermera y trabajar como costurera independiente. Años después, pensando en cómo crear su propio espacio, se interesó en poner uno, pero no prosperó. “Para tener gente trabajando no quiero tenerlos en negro. Lo bueno de este espacio se que es accesible, demostramos que se puede salir adelante sin embromar a la gente”, remata Lilian.

 

Después de sólo dos meses de estar abierto, El Costurero de LyF tiene hoy 44 alumnos, entre ellos una nena de siete años. “Ella ya le arregla la ropa al padre”, se ríe Lilian. Además, cuenta con 13 máquinas de coser, y están a punto de instalar su primer sublimadora para impresiones y un taladro de mesa. El año que viene comenzarán a dar cursos anuales, y piensan la posibilidad de sumar un segundo espacio que sea sólo de aula, para usar el actual únicamente como taller.

 

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