Es santafesino y salió al ruedo con un emprendimiento de ollas recicladas

Marcos Javier Costa es ingeniero industrial y la cara detrás de En Olla y Sartén. Trabajó muchos años en relación de dependencia, pero como su papá siempre estuvo ligado al negocio del aluminio y había montado un taller desde cero para fabricar repuestos de motos, decidió aprovechar todo el know how y salir al ruedo con un emprendimiento de ollas, sartenes y biferas que manufactura a partir de chatarra de aluminio reciclada. Si bien sabe que el mercado es complejo porque hay marcas instaladísimas, juega con la relación precio-calidad para no perderles pisada. 

“Nos venden la chatarra de aluminio (latitas y chapitas de gaseosas, aberturas, repuestos de autos de los desarmaderos) y nosotros hacemos el proceso de reciclaje. En Casilda, hace unos años se pudieron las campanas recolectoras y retiramos de ahí, aunque también hay chatarreros que vienen al taller”, confió Costa a Punto biz. En Olla y Sartén plantó bandera hace cinco años; hoy con dos unidades de negocios: fabricación y  recuperación de distintas piezas de aluminio. 

Los productos que más tienen salida son la sartén mediana de 26 centímetros y la de doble asa de 32 centímetros, la olla de 27 centímetros y la paellera, modelos que se convirtieron en “estrella” de la marca. Manejan como canal de ventas las redes sociales, pero llegan con revendedores a otras provincias como Entre Ríos, Córdoba, Tucumán y Neuquén. 

“Lo que más tiempo lleva son el diseño y la creación del molde de la matriz permanente. Lo tradicional en aluminio es fundir en tierra. Hacés un molde con arena compactada, rellenás lo que queda con el aluminio y toma la forma de la pieza, pero el molde te dura una sola pieza. En cambio, para producir en escala esos moldes se hacen con acero, aunque es una inversión importante y cuesta avanzar con los distintos moldes”, detalló Costa. Por día pueden llegar a producir  cerca de 80 piezas, aunque se espacia la fabricación, y el precio ronda entre los $6.000 y $7.000. 

“El cliente que llega a nosotros es el que no quiere gastar $30.000 en una olla por más que sea buena o el que se cansó de usar esas bien finitas a las que se le sale el teflón enseguida”, refirió el emprendedor. El boca a boca también les permitió ganar mercado y fue la forma con la que arrancó arreglando ollas, un poco por casualidad. Una amiga de su mamá le llevó una Essen a la que se le había salido el mango, se lo hizo, gustó, y de a poco se fueron sumando nuevos clientes. Al principio se negaba, pero eso le permitió ampliar la cartera y hacerse de una nueva unidad de negocios. 

De chiquito Marcos iba a jugar al taller de su papá Rubén. Como no quería que quedara en stand by después de su jubilación, decidió volver a activarlo para continuar con el legado. “Empecé a ver que mi viejo ya estaba grande y que todo el esfuerzo que había hecho no se iba a continuar. Mi viejo siempre fue emprendedor y fui absorbiendo eso”, resumió. El trabajo en relación de dependencia le permitió ahorrar para este desarrollo. Como él dice, saltó a la pileta “teniendo un poquito de agua”.