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Gestión

Vivir mejor

Aprender del fracaso y volver a empezar

Por Redacción

Buscar constantemente la perfección genera dolor. Permitirse fallar y capitalizar esas experiencias resulta más enriquecedor.

La hiperexigencia es una de las características que asola a la sociedad. Rasgo de personalidad que en casos se vincula a la creencia de que cada uno vale sólo si hace las cosas bien o si se es buena persona.

 

Dentro de nuestro sistema cultural hay una repetición activa operante que busca el “éxito” a toda costa. Se torna enfermizo, dejando de lado el goce y el disfrute para llegar a una “perfección” que no existe.

 

Vale aclarar, que no está mal anhelar que las cosas salgan bien, tal como se planearon o tal vez mucho mejor. No está mal buscar la excelencia y mejora continua en logros. La clave está en:

 

-No depositar en su realización el sentido de la vida. Cada persona necesita una meta, eso brinda una dirección, porque es necesario para el autoestima ser mejores que ayer. Pero el sentido de la vida está Hoy. Aquí. Ahora.

-No hay que compararse con nadie. Todos los sujetos son diferentes, y lo mágico está en ser uno mismo y a dar lo mejor de uno. Compararse saca el foco de la propia individualidad, hace perder el equilibrio.

-Las metas propuestas deben ser realizables, en sintonía con la realidad presente. Sabiendo que serán posibles de alcanzar con trabajo duro pero viable.

-Disfrutar el proceso hacia la meta, a veces más, otras menos pero aun así, no perder de vista el proceso mismo. Ahí es donde, paradójicamente, radica el éxito.

-Hacer las paces con su opuesto complementario: el error.

 

La autoexigencia rigurosa se convierte poco a poco en una meta que no tiene meta y se consume la vida cotidiana. Se visualiza como un lugar lejano y ficticio, ya que la autoexigencia siempre correrá esa barrera aumentando las posibilidades de fracaso.

 

Tanto así que ante un obstáculo, equivocaciones o errores en el recorrido, las personas sienten que se les desarma el mundo, abrumados por el peso del “no logro” se estancan en el autocastigo emocional.

 

Es vital aprender a equivocarse, a caer. Lastimarse lo menos posible por el impacto del golpe. Recuperar ágilmente la postura, abrir el corazón, sonreír y avanzar. Seguir caminando la vida con un más profundo conocimiento de sí mismos. Sabiendo que las fortalezas se potencian y debilidades se trabajan. Intentar una vez más; esta vez hacerlo con más fuerza y llegar más lejos que la vez anterior.

 

Finalmente la importancia de recordarse cada día: no hay que ser perfectos. Nadie está en el mundo para ser perfectos. Nadie vale por su perfección.

Con amabilidad y sentido del humor, es posible permitirse fallar y saber que cada minuto contiene una oportunidad para volver a empezar.

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