Una política industrial para el desarrollo

Durante las últimas décadas, se produjeron en el mundo transformaciones profundas que definieron un nuevo contexto para la producción industrial. El comportamiento de las grandes multinacionales fue trasladar las tareas de producción mecanizadas hacia los países asiáticos en busca de aprovechar las ventajas de costos. Mientras tanto, las economías desarrolladas apuntaron a retener el agregado de valor a través de la innovación, las nuevas tecnologías y una mayor densidad de servicios, tanto en las etapas de pre como de posproducción.

A nivel local, la producción industrial creció pero siguió perdiendo participación en el PIB: en 1990 equivalía a un 18,2% del producto total; en 2003, cayó a 16,4%, y actualmente, se ubica en 14,7%. Además, a pesar de su expansión, la mayoría de los sectores no logró mejorar su competitividad ni potenciar su inserción en los mercados externos. Exceptuando el sector automotor, la siderurgia y los medicamentos, la industria depende mucho del mercado interno.

Con todo, en el mapa global de competitividad industrial, nuestro país constituye una economía rezagada ya que no sólo posee una baja participación sobre el PIB, sino que el valor agregado industrial per capita (menor a dos mil dólares) está alejado de las economías maduras.

En este marco, el cambio de gobierno, previsto para fin de año, enfrenta a la Argentina a una oportunidad pero también al desafío de planificar una política industrial que apalanque no sólo un nuevo ciclo de crecimiento sino, fundamentalmente, un proceso de desarrollo. Un plan para lograr este objetivo debe contar con cinco grandes componentes.

1) Estabilizar la economía, lo que implica equilibrar la restricción fiscal y externa, recomponer el acceso al mercado internacional de crédito para mejorar la composición y el financiamiento del gasto fiscal, y evitar la volatilidad y el atraso del tipo de cambio. Estas condiciones permitirán, paulatinamente, el regreso de la economía a un sendero de crecimiento sostenido, lo que será fundamental para incrementar los niveles de inversión.

2) Fortalecer la institucionalidad en términos de respeto a los derechos de propiedad y cumplimiento de contratos, reducir la judicialización laboral, mejorar la eficiencia del mercado laboral, establecer reglas claras para la fijación de impuestos, entre otros.

3) Atender las necesidades urgentes de una deficiente competitividad sistémica. Este eje debería incluir un plan integral de adecuación de la infraestructura vial, ferroviaria, portuaria, fluvial, aeroportuaria, comunicacional y energética.

4) Definir una estrategia de inserción externa. Es clave la recuperación de la alianza debilitada con Brasil, repensar y revalorizar el Mercosur, establecer complementariedades comerciales, productivas y económicas con Latinoamérica.

5) También será necesario definir un programa que permita explotar las ventajas comparativas del país en términos de los sectores tradicionales, la agroindustria, la tecnología y las restantes actividades económicas con potencialidad.

Argentina está ante la gran posibilidad de reorientar su política industrial. El quinquenio 2015–2020 y el nuevo escenario político ofrecen una plataforma de oportunidades para avanzar en la configuración de un concepto integral de desarrollo para alcanzar un entramado industrial que aproveche nuestras potencialidades como país.